Con anterioridad a las recientes Elecciones Generales del 23 de julio, había concebido la idea
de escribir un artículo que, con independencia del resultado que la votación tuviese, analizara el
porqué del alto grado de apoyo que obtienen las candidaturas de la derecha política. Asumiendo
que los términos “derecha” e “izquierda”, en el terreno político, definen tomas de postura,
posicionamientos, en la lucha de clases, para alguien como yo resulta incomprensible que las
fuerzas políticas de la derecha, que están al servicio de la clase dominante, menos de un 1% de
la población española, obtengan apoyo electoral en torno al 40% de los votantes.
Es decir, para que los partidos conservadores consigan el apoyo político que suelen alcanzar, es
preciso que los voten millones de ciudadanos cuyos intereses se van a ver perjudicados por la
política que esos partidos realizan: trabajadores cuyos salarios se congelan, o que pierden su
empleo como resultado de las políticas que esos partidos realizan, gente sin trabajo o con
contratos basura, jubilados que ven congelada su pensión, recortes en la sanidad y la enseñanza
con la finalidad declarada de ir privatizando esos servicios, deshauciados de su vivienda por no
poder pagar la hipoteca, aumento del precio del alquiler de las viviendas o venta de éstas a
fondos buitre.
Con el fin de explicar las causas de ese fenómeno me propuse escribir ese artículo con
pretensiones de análisis sociológico, y para documentarme aproveché mi participación en la
jornada electoral como apoderado de la candidatura de SUMAR en un colegio electoral,
consultando incluso a los/las apoderados/as de las otras candidaturas, tanto de la derecha como
de la izquierda. De esas conversaciones salió algo que pudiera ser de utilidad para el fin que me
había propuesto, pero el Espíritu encaminó las cosas por otro derrotero.
Para que se comprenda lo que después voy a tratar, es preciso que recordemos cómo eran los
procesos electorales en nuestro país en el siglo XIX y primeras décadas del XX. En la zona
rural, que por entonces comprendía la mayor parte de la población española, imperaba el
caciquismo. En cada pueblo o aldea, una persona influyente, a la que muchos debían favores y a
la que todos temían, podía decidir el resultado electoral en la localidad. Los partidos a nivel
nacional competían por el apoyo de tanto cacique local. Con frecuencia haa enfrentamientos
violentos entre las bandas de matones de caciques de distinto signo político. Vivieron esa
situación los reinados de Isabel II, Amadeo de Saboya, Alfonso XII y Alfonso XIII, así como
las dos Repúblicas.
El punto culminante de ese tipo o forma de control electoral fueron los comicios de febrero de
1.936. Con el telón de fondo de los fascismos que en algunos países europeos se habían
impuesto a base de conquistar violentamente la calle, en España se estaba copiando ese modelo,
y las fuerzas antifascistas resistían con similares métodos. En ausencia de identificación
personal tipo DNI y con unos censos electorales poco fiables abundaban, a la hora de votar,
incidentes por el rechazo a personas con derecho a votar, el voto de personas muertas cuya
identidad era suplantada por gente que votaba en varios sitios… y la violencia que esos actos
generaban por parte de adversarios que también los realizaban donde podían. Por lo que la
historia nos cuenta y por testimonios que tuve ocasión de recabar de protagonistas de los
incidentes de ese proceso electoral de febrero de 1936, sabía que habían tenido lugar entonces
mucho fraude y violencia; hubo más de 40 muertos y 80 heridos por los enfrentamientos que
tuvieron lugar en ese contexto.
Era sólo un anuncio de la tragedia nacional que se concretaría unos meses más tarde, la Guerra
Civil que provocó tanta mortandad, tanto dolor y tanto daño, con secuelas de represión y odio
que se prolongaron durante la postguerra, hasta el final del franquismo. El proceso de
Transición emprendido a partir de 1977 tenía por objetivo promover una reconciliación
nacional. Sabemos que no faltaron ocasiones de sobresalto e intentos de crispación.
Precisamente las organizaciones de tipo fascista parecen haberse asignado la finalidad de
fomentar la crispación.
Por eso, para mi resultaba algo increíble una cosa que me parecía estar viendo durante mi
función de apoderado de SUMAR en aquel colegió electoral en el que había cinco mesas de
votación. Me pareció que la apoderada de VOX estaba entregando papeletas de la candidatura
de SUMAR a unas personas que habían acudido a votar. Para comprobar que no me había
equivocado, me acerqué a la mesa donde estaban todas las papeletas de votación y pude
constatar que, efectivamente, las papeletas habían sido tomadas del paquete de SUMAR.
Después, ella misma me informó que unos viejecitos le dijeron que querían votar a aquella
candidatura, y ella les suministró las papeletas. Me dijo luego el apoderado del PSOE que
aquella señora había hecho lo mismo con un votante que necesitaba ayuda para cumplimentar el
impreso de votación al Senado marcando los nombres de los candidatos socialistas.
A lo largo de la jornada se repitió varias veces ese tipo de ayuda a personas que venían a votar
y tenían algún problema para encontrar las candidaturas que deseaban. En determinado
momento yo mismo me vi atendiendo a alguien que quería votar al PP. y le suministré todo lo
necesario para que pudiera hacerlo. Entonces me vino a la memoria la realidad antes descrita
sobre las elecciones de febrero de 1936, y viendo el contraste entre ambas situaciones sentí una
enorme emoción y me resultaba muy difícil contenerme para no echarme a llorar. Decía Jesús
que había mucha alegría en el cielo cuando un pecador se arrepentía. En este caso no se trata de
un pecador aislado sino de todo un país que quiere corregir sus errores de otro tiempo.
Los casos que acabo de describir, de armonía entre los interventores y apoderados de los
diversos partidos en las jornadas electorales no eran casos aislados ni novedosos en los
procesos electorales que tuvieron lugar en España desde la Transición. Yo participé en casi
todos ellos y pude acostumbrarme a esa concordia y participar en ella. Es notable en el caso
actual el hecho de que persiste esa armonía incluso contra lo que parece un intento, por parte de
la extrema derecha, de potenciar la crispación y el enfrentamiento (¡que te vote Chapote!). Por
eso tengo que constatar con satisfacción que la tolerancia entre las más opuestas opciones
políticas está pasando a formar parte de la manera de ser de los españoles rompiendo con una
tradición de varios siglos.
La profundidad del cambio no es cosa de broma: desde la Transición se produjeron en España
algunos sucesos muy críticos, hubo un intento de golpe de Estado para revertir el marco
político, y también una declaración de independencia, que fracasó, de una comunidad
autonómica. Todos sabemos que casos como esos que se producen de vez en cuando en otros
lugares del mundo se saldan con enfrentamientos y muertes violentas. Aquí no ocurrió eso,
felizmente. Tenemos que felicitarnos también por la superación de la actividad terrorista, que
era una herencia de la etapa franquista pero se prolongó varias décadas tras la desaparición del
dictador.
En la jornada del 23 de julio tuve la alegría de percibir una vez más ese nuevo estilo que nos
honra. En una hora de la tarde en la que la afluencia de votantes era escasa, los apoderados de
los partidos fuimos un momento a una cafetería próxima. Yo estuve tomando algo con el
apoderado del PSOE y con la apoderada de VOX que nos invitó a ambos. De nuevo,
inevitablemente, se me hizo patente el contraste entre esta cordialidad actual y el clima
prebélico que se daba en febrero de 1936, y de nuevo, inevitablemente, sentí una gran emoción
por lo que el cambio significaba. Este tipo de cambio o evolución social significa que, paulatina
e imperceptiblemente, las cosas humanas pueden ir mejorando. Tal mejoramiento significa que
Cristo vence, Cristo reina, Cristo impera. Yo estaba pensando que, aunque mis dos
acompañantes no se dieran cuenta, aquello que estábamos haciendo era una verdadera
eucaristía. Lo era aunque no se diesen las condiciones de materia y forma que prescriben los
códigos de derecho canónico. La mesa del altar era aquella barra del bar ante las que estábamos
sentados, y la materia era el café que tomaban mis acompañantes y la caña de cerveza y las
aceitunas que me pusieron a mí. Sí, salí de allí con la convicción de haber estado comulgando,
y comulgué también cuando comí uno de los bombones que nos ofreció la apoderada del PP a
quien se los habían regalado por ser su cumpleaños.
Por supuesto, no están superadas las contradicciones sociales. Lo pude comprobar en mis
conversaciones con los apoderados de los otros partidos. Las diferencias políticas y en materia
económica son exactamente las mismas de siempre. Los intereses de clase son tan opuestos
como lo eran en 1936 y siempre en la historia, y en todas partes. Pero el hecho de que los
afrontemos con talante fraternal constituye una petición al cielo para que Dios nos bendiga con
la paz. Dios hubiese perdonado a Sodoma y Gomorra si hubiese encontrado allí un mínimo de
personas justas. En 1936 no hubo bastantes españoles pacíficos y conciliadores; el odio y la
violencia generan odio y violencia. Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán
llamados hijos de Dios. Catástrofes como el conflicto de 1936-1939 con la represión que siguió
fueron fruto no de una maldición del cielo sino del odio que reinaba entre los españoles.
Cultivemos, pues, la convivencia pacífica, fraternal, en nuestro medio social y ayudemos a
hacerla triunfar en otros lugares donde existen guerras. La mejor manera de contribuir a la paz
en nuestro continente no es enviar armamento a Ucrania. Las noticias que llegan de allí parece
que amenazan con una escalada militar que implique a otros países europeos, a esa OTAN en la
que, desgraciadamente, se incluyó a nuestro país.
La paz es también fruto de la justicia: Bienaventurados los que tienen hambre y sed de
justicia, porque ellos serán saciados. El mantenimiento de la fraternidad que propugnamos
postula que la relación entre los ciudadanos sea realmente una relación de hermanos. En una
familia no cabe la clasificación de hermanos de primera categoría y de segunda y tercera
categoría. La sociedad clasista genera diferencias de categoría entre los ciudadanos, Ese es un
mal terreno para construir sobre él la convivencia de una sociedad. Quiero creer que el deseo de
paz y los signos de reconciliación nacional se concreten también en solidaridad humana y un
trabajo por la igualdad, la superación del clasismo social. Que veamos a todos los seres
humanos como hermanos y nos tratemos todos como tales. En la medida en que trabajemos por
esa solución y avancemos en el camino hacia ella, podremos decir que:
CRISTO VENCE, CRISTO REINA, CRISTO IMPERA.
25 de Julio - 2023 Faustino Castaño