En la jornada del 23 de julio tuve la alegría de percibir una vez más ese nuevo estilo que nos
honra. En una hora de la tarde en la que la afluencia de votantes era escasa, los apoderados de
los partidos fuimos un momento a una cafetería próxima. Yo estuve tomando algo con el
apoderado del PSOE y con la apoderada de VOX que nos invitó a ambos. De nuevo,
inevitablemente, se me hizo patente el contraste entre esta cordialidad actual y el clima
prebélico que se daba en febrero de 1936, y de nuevo, inevitablemente, sentí una gran emoción
por lo que el cambio significaba. Este tipo de cambio o evolución social significa que, paulatina
e imperceptiblemente, las cosas humanas pueden ir mejorando. Tal mejoramiento significa que
Cristo vence, Cristo reina, Cristo impera. Yo estaba pensando que, aunque mis dos
acompañantes no se dieran cuenta, aquello que estábamos haciendo era una verdadera
eucaristía. Lo era aunque no se diesen las condiciones de materia y forma que prescriben los
códigos de derecho canónico. La mesa del altar era aquella barra del bar ante las que estábamos
sentados, y la materia era el café que tomaban mis acompañantes y la caña de cerveza y las
aceitunas que me pusieron a mí. Sí, salí de allí con la convicción de haber estado comulgando,
y comulgué también cuando comí uno de los bombones que nos ofreció la apoderada del PP a
quien se los habían regalado por ser su cumpleaños.
Por supuesto, no están superadas las contradicciones sociales. Lo pude comprobar en mis
conversaciones con los apoderados de los otros partidos. Las diferencias políticas y en materia
económica son exactamente las mismas de siempre. Los intereses de clase son tan opuestos
como lo eran en 1936 y siempre en la historia, y en todas partes. Pero el hecho de que los
afrontemos con talante fraternal constituye una petición al cielo para que Dios nos bendiga con
la paz. Dios hubiese perdonado a Sodoma y Gomorra si hubiese encontrado allí un mínimo de
personas justas. En 1936 no hubo bastantes españoles pacíficos y conciliadores; el odio y la
violencia generan odio y violencia. Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán
llamados hijos de Dios. Catástrofes como el conflicto de 1936-1939 con la represión que siguió
fueron fruto no de una maldición del cielo sino del odio que reinaba entre los españoles.
Cultivemos, pues, la convivencia pacífica, fraternal, en nuestro medio social y ayudemos a
hacerla triunfar en otros lugares donde existen guerras. La mejor manera de contribuir a la paz
en nuestro continente no es enviar armamento a Ucrania. Las noticias que llegan de allí parece
que amenazan con una escalada militar que implique a otros países europeos, a esa OTAN en la
que, desgraciadamente, se incluyó a nuestro país.
La paz es también fruto de la justicia: Bienaventurados los que tienen hambre y sed de
justicia, porque ellos serán saciados. El mantenimiento de la fraternidad que propugnamos
postula que la relación entre los ciudadanos sea realmente una relación de hermanos. En una
familia no cabe la clasificación de hermanos de primera categoría y de segunda y tercera
categoría. La sociedad clasista genera diferencias de categoría entre los ciudadanos, Ese es un
mal terreno para construir sobre él la convivencia de una sociedad. Quiero creer que el deseo de
paz y los signos de reconciliación nacional se concreten también en solidaridad humana y un
trabajo por la igualdad, la superación del clasismo social. Que veamos a todos los seres
humanos como hermanos y nos tratemos todos como tales. En la medida en que trabajemos por
esa solución y avancemos en el camino hacia ella, podremos decir que:
CRISTO VENCE, CRISTO REINA, CRISTO IMPERA.
25 de Julio - 2023 – Faustino Castaño